Comentario
La propia terminología de Revolución Industrial es discutida por muchos autores que entienden que la idea de revolución debería estar unida a "cambios súbitos, incompatibles con el lento y gradual proceso de evolución económica", tal como señaló hace ya sesenta años H. Heaton y, más recientemente, T. S. Ashton. En todo caso, si tomamos como referencia cronológica los apenas tres mil años de historia documentada, la alteración se produjo en un tiempo relativamente breve y de forma brusca. El sistema económico se transformó con la introducción del vapor y la nueva maquinaria. Eso es lo que percibían algunos analistas contemporáneos y lo que recogieron historiadores, como Mantoux, para fijar el término. Autores posteriores, como el propio Ashton, han insistido en otros aspectos necesarios, además del progreso técnico: los cambios en los sectores agrícolas y comerciales, las innovaciones en los transportes, las nuevas formas de organización económica, social y política, la generalización de la educación, las modificaciones en comportamientos humanos relativos a la higiene, la sanidad, la movilidad geográfica o la natalidad, que implica una demografía distinta... Todo ello formaba también parte de la Revolución Industrial, si se quería utilizar el término.
La polémica sobre una Segunda Revolución Industrial, a partir de los años setenta del siglo XIX, se inscribe dentro de los planteamientos anteriores. En realidad, es una continuidad del proceso iniciado en Inglaterra a mediados del siglo XVIII que ahora se extiende a muchos más países. Además del crecimiento sostenido en los que ya habían alcanzado un estadio económico, el periodo 1870-1900 se caracteriza por la incorporación al desarrollo de una buena parte de la población que se integra en la sociedad de masas. Pero no es sólo eso, se trataba también de cambios cualitativos. Como gráficamente expuso G. Barraclough en un brillante análisis de la historia contemporánea, editado en los años sesenta, si una persona de un país desarrollado actual "se trasladase al mundo de 1900 lo encontraría familiar, mientras que si lo hiciera a 1870, aunque fuese a Inglaterra... probablemente le impresionaría más la diferencia que el parecido".
Al capitalismo en sentido más estricto le sustituye desde la década de 1870 un capitalismo de concentración. Por decirlo de una manera simplificada, el anterior era concurrencial e individualista. El que va a surgir ahora no tendrá como ideal la libertad de mercado, sino la rentabilidad. Su orientación más característica (en la que comienzan a intervenir los Estados) es la búsqueda de mercados exteriores de otros países desarrollados o, más frecuentemente en esta época, de nuevos territorios por "colonizar".
La depresión económica, cuando aparece, plantea la necesidad de un proteccionismo creciente y la búsqueda de nuevos mercados y nuevas zonas de inversión de capital y de obtención de materias primas a bajo coste. Se desarrolla así el nuevo colonialismo, esencialmente económico.
La autofinanciación industrial deja paso a las grandes inversiones, que sólo pueden realizar poderosas entidades bancarias. Se constituyen imperios financieros, que influirán en la política y a su vez serán manejados por los políticos.
Se intentará salvar la competencia mediante convenios industriales, "cárteles" y "trusts", en lucha por el oligopolio o, en ocasiones, por el monopolio.
Los avances tecnológicos para aprovechar mejor el capital serán otro rasgo de esta etapa.
Por otra parte, como el resto del siglo XIX, el período que abarca desde 1870 a la Gran Guerra se caracteriza por una estabilidad monetaria. Tanto en 1820 como en 1913 "una perra chica es una perra chica" en Francia, la libra esterlina vale 25,22 francos y el franco suizo vale un franco francés. La libra de pan valía en Londres seis o siete peniques a principios del siglo XIX y cinco o seis peniques en los primeros años del XX. Aun atravesado por revoluciones, guerras y conquistas, el período se distingue del siglo XX, en estos aspectos, por una cierta calma y regularidad (sobre todo cuando se considera el conjunto del siglo XIX).
Un apartado interesante que tiene cabida en este capítulo es el caso de Rusia. Durante la segunda mitad del siglo XIX, en lo esencial, se mantuvo el sistema político de los zares hasta 1905. Sin embargo, hubo unas transformaciones notorias en los aspectos sociales y económicos. Para Roger Portal, uno de los máximos especialistas, se trata de estudiar cómo, con qué ritmo y con qué dificultades un país, colosal como Rusia, al margen del sistema liberal, pasa de una estructura dominada por la nobleza terrateniente (que tiene bajo sí a la inmensa mayoría de siervos) a un pueblo agrícola y obrero encuadrado en una creciente industria.